


Aquel día se había presentado lleno de agradables promesas. Después de múltiples cosas que hacer decidimos ir a cenar a Sanlúcar. Pasamos una velada inolvidable ya que mis amigos son únicos. A la vuelta, cada cual con su coche, ya era bastante tarde y veníamos algo cansados. La carretera, como muchos conocéis, es bastante buena y a esa hora había poco tráfico. Enfilamos una recta con una visibilidad muy buena cuando de pronto… apareció una especie de bache pero con una profundidad que no podíamos ni imaginar. ¡Cuidado! – grité por si mi marido no se había dado cuenta -¡ es un bache tremendo!
El morro del coche quedó empotrado en el boquete pero cual sería nuestra sorpresa cuando notamos que este se iba agrandando por momentos y el coche iba siendo succionado cada vez con más fuerza. No se como ni de donde apareció una sustancia viscosa, elástica, de un color marrón como si de resina se tratara con una procesión de arañas de duro caparazón que junto con esa resina formaban unas tirantas rodeando nuestro coche y que hacia que este se fuera internando en el bache lentamente y con gran suavidad .Cerré los cristales de las ventanillas ya que aquellos "bichejos" me causaban un escalofrío impresionante En un momento de pánico pretendí abrir la puerta y así poder saltar pero estaba atrancada y no era posible. Mi marido debió recibir algún golpe que le dejó inconsciente y por más que intentaba reanimarlo no reaccionaba. Él no me preocupaba mucho ya que notaba su respiración acompasada, lo cual me hacía pensar que era un shock pasajero.
El coche seguía deslizándose hacia el fondo sin acabar de ver el final. Intenté hacer todo cuanto se me ocurría para poner fin a aquella locura : pretendí abrir las puertas, llamar por el móvil por si alguien nos podía socorrer, y deseando que mi marido despertara por si se le ocurría algo diferente y efectivo, al mismo tiempo temiendo su reacción ante tamaña situación. No se cuanto tiempo pasamos descendiendo con todas las arañas recorriendo el coche buscando la manera de entrar en él, hasta que en un momento determinado noté como un seco pero suave golpe nos depositaba en el suelo.- ¡Por fin!- Parecía que se iba a terminar la pesadilla. Miré hacia fuera y ¡qué horror! ¿Dónde estamos?...
Era como un inmenso bosque con una luz radiante. Ante este resplandor los “pequeños arácnidos” fueron desapareciendo, cosa que me alivió bastante. Abrí la puerta del coche y bajé, me fui alejando con toda la precaución del mundo buscando por si encontraba quien nos pudiera ayudar en esa loca aventura. Oí ruido y pensando encontrarme con el socorro que tanto ansiaba me acerqué a unos matorrales detrás de los cuales aparecieron una serie de animales que nunca había visto, emitiendo sonidos horripilantes y que venían derechos a donde yo me encontraba. Salí corriendo intentando llegar al coche y que este me sirviera de refugio. Cosa extraña: la sustancia viscosa había desaparecido. Cuando me faltaban unos metros para alcanzar el coche me di cuenta que los extraños animales se habían quedado quietos y en silencio. Más miedo sentí. ¿Qué nuevo peligro me tocaba vivir? Al volver la cabeza me quedé petrificada: ¡Una araña de proporciones descomunales (debía ser la madre de las acompañantes en la caída) venia en sentido contrario a los animales y hacia mi! Seguramente ella sería la que en su momento segregó esa sustancia que nos hizo deslizar hasta el fondo de su guarida. Me metí en el coche y la “criaturita” intentaba meter una de sus enormes patas por encima del coche perforando el techo de este. Casi veía su punzón rozándome la cabeza y lo único que se me ocurrió fue: gritar, gritar y gritar como una posesa. En ese momento noté como alguien me zarandeaba, cuanto más zarandeo, más gritaba yo, hasta que… me desperté. ¡Vaya pesadilla! Mi marido estaba asustadísimo no había forma de que despertara y cuando lo hice estaba empapada en sudor. Me prometí que nunca jamás “me correría otra juerga como esa ni iría a esos lugares tan extraños y con animales tan raros y peligrosos.