domingo, 7 de febrero de 2010

ANÉDOTA: ¡Tengo una idea!



¿Cuántas veces hemos dicho o hemos oído decir: tengo una idea? Pues bien cuando la oigo se me suelen poner los pelos de punta y la carne de gallina.
Amaneció un día espléndido: el sol brillando calentito, los árboles estaban relajados sin una ligera brisa que los azotara, la casa en silencio, mis labores de hogar concluidas; nada, un sueño. Entonces pensé “qué maravilla, voy a coger un libro que tengo a medias y me voy a dar el gustazo de leer toda la mañana”.
De pronto aparece mi marido con la “alegría” de: tengo una idea (me retumbó hasta los oídos del carné de identidad) como hoy estamos solos y tranquilos podíamos podar el nectarino y el ciruelo así si llueve mañana ya está la faena hecha.
(He de aclarar que este buen señor es de ideas fijas). Así que desperté de mi iluso sueño y ¡manos a la obra! ¡Total en una hora está liquidado!
Empezamos por el nectarino, pero la cuestión no era podar sino después cortar las ramas muy menuditas para poderlas tirar.
Seguimos con el ciruelo, inmenso, no creí que pudieran sobrarle tantísimas ramas. Así que continué cortando ramitas hasta las cuatro de la tarde. Como no estoy acostumbrada a semejantes faenas, ya no podía ni mover las pestañas de tan cansada como estaba. Comimos y después de la siesta seguí con la noche. De vez en cuando pensaba “Con lo feliz que me las prometía yo leyendo toda la mañana…”
En fin creo que está justificada mi aversión a “TENGO UNA IDEA” así que la próxima vez daré media vuelta y no oiré nada