miércoles, 24 de marzo de 2010

NANAS DE LA CEBOLLA






NANAS DE LA CEBOLLA (Miguel Hernández)
.
(Dedicadas a su hijo, a raíz de recibir una carta de su mujer,
en la que le decía que no comía más que pan: y cebolla)
.
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
.
Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.
.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que mi alma al oírte
bata el espacio.
.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
.
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
.
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
.
Ser de vuelo tan lato,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
.
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
.
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa ni
lo que ocurre.

Espero que os guste, Joan Manuel Serrat le puso una música tan suave que aún la hace más tierna

RECUERDOS "Otras cosillas"



Este mes pasado tuve que ir a Alicante, mi hijo Pedro está allí y tenía mucha morriña de “mi niño chico”. Así que, ni corta ni perezosa, cogí el TALGO y camino de Alicante.
En el asiento que me tocó había un periódico y me puse a leer algunos artículos que a primera vista me parecieron interesantes. Cual sería mi sorpresa cuando en las páginas centrales hablaban del centenario de la muerte de Miguel Hernández. En mi época de estudiante me impactó bastante. Recuerdo que mis compis andaban “enamoradas” de Gustavo Adolfo Becker, pero yo suspiraba por ese poeta pastor que me derretía el alma con sus poemas y sus penalidades. Fueron “Las nanas de la cebolla” las que me causaron una ternura indescriptible y buscando, buscando encontré estos retazos que voy a intentar mandarlos para que los veáis. Y digo intentar porque cada vez me acuerdo menos de todo lo que nuestro “profe” nos enseñó. Voy a mandaros también La nana de la cebolla, a mi personalmente me parece de una belleza sencilla y tierna.

RETAZOS DE LOS ESCRITOS DE MIGUEL HERNÁNDEZ
A dos meses y medio del fallecimiento de Manuel Ramón, nace otro Manolillo: Manuel Miguel. "Eres mi ser que vuelve / hacia su ser más claro..." (del poema Niño). En la rueda de generaciones, amanece un nuevo sol por el Oriente. Cuando Josefina envía a la cárcel de Torrijos de Madrid una foto del niño con siete meses, comenta el padre:
"No pasa un momento sin que lo mire y me ría, por muy serio que me encuentre, viendo esa risa tan hermosa que le sale delante de los cortinones y encima del catafalco ese en que está sentado. Esa risa suya es mi mejor compañía aquí y cuanto más la miro más encuentro que se parece a la tuya. Y los ojos, y las cejas y la cara entera. Este hijo nuestro, por quien no debes perder el ánimo y la confianza en esta vida, es más tuyo que mío. El otro era más mío..."
U n mes después, en otra cariñosa epístola, la sorprende con estas Nanas de la cebolla,"las más trágicas canciones de cuna de toda la poesía española" (Concha Zardoya). A Miguel le había afectado la noticia recibida días antes de que Josefina sólo comía pan y cebolla (no cebolla sola, como algunos confunden). Recordad la eterna frase coloquial contigo pan y cebolla, que en este caso se hace trágicamente verdadera, aunque comenta Josefina que tenía que alegrarse Miguel en aquellas circunstancias, al saber que al menos comía algo de pan. ¿Y cómo prepararía la cebolla? Hervida, según tradición local.
Cuando el poeta recibe la carta de Josefina, nos informa Francisco Esteve, Miguel "permaneció recluido, con una gran depresión, en los dormitorios, sin salir al patio de la prisión. Después de dos días de "autoreclusión", apareció en el patio y recitó de memoria este poema a sus compañeros..." Así explicaba Miguel en carta:
"Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros o desesperarme..."Este ramo de nanas está construido en doce estrofas con aire de seguidilla, inusual poema largo para un género breve y festivo. Desdramatiza el autor el contenido angustioso con la gracia del ritmo y la ternura de imágenes, en ascética lumbre de verbos y sustantivos ermitaños.

miércoles, 10 de marzo de 2010

ANÉCDOTA VIAJERA: Nuestro camaleón



Recuerdo cuando, en mis años mozos, viajaba en tren con mi hermano Pedro. Íbamos a pasar el verano a Alicante. Allí tenían mis padres una casita que nos servía de “hotel” para pasar aquellos días sin que la “famélica” economía familiar se resintiera mucho. Habíamos vivido allí unos cuantos años y echábamos de menos a nuestros amigos, por lo que aprovechábamos esos días veraniegos para reencontrarnos con ellos.
Salíamos de El Puerto por la mañana tempranito con nuestros bocatas, oliendo a tortilla y filetes empanados, luego en los cambios de estación, creo que cambiábamos dos o tres veces, tomábamos un café y tan felices. Lo mejor de estos viajes era el traqueteo que junto con “los mullidos” asientos, eran de tiras de madera que en algunos momentos llegabas a pensar que se te habían incrustado en tu organismo, cuando bajabas del tren o simplemente te dabas una vuelta por el pasillo para estirar las doloridas piernas y los hinchados pies empezabas a caminar como si fueras una alcayata. Pero claro la recompensa era muy gratificante: al llegar, después de semejante tormento, estaban en la estación todos nuestros amigos que con la algarabía propia de aquellos años y del tiempo de ausencia, llenaban todo el andén y los demás pasajeros nos miraban como si fuésemos “locos de atar”.
Aquel año, uno de los últimos que pudimos permitirnos ese lujo tan monumental, a mi querido hermano se le ocurrió una idea luminosa, en casa teníamos un camaleón que cuidábamos con todo el cariño del mundo, pues bien ese animalito era totalmente desconocido para nuestros amigos alicantinos y claro mi hermano decidió presentárselo. Preparamos al camaleón y mi hermano se lo colocó sobre el hombro de forma que estuviese cómodo durante el largo viaje. Todo iba bien: el traqueteo correspondiente, calor para dar y regalar, horas y horas de tedio mayúsculo y poco más. En un momento determinado mi hermano necesitó salir ya que sus necesidades lo apremiaban y dejó al camaleón sobre su jersey muy bien arropado en el asiento junto al mío. De pronto entró una señora, que pensando que el asiento estaba libre quiso sentarse allí, empujó hacia un lado el jersey y el camaleón sacó la cabeza. ¡Dios mío la que se armó! La señora pidiendo socorro diciendo que allí había un monstruo, yo intentaba explicarle que ese pobre era inofensivo, pero la señora no atendía a razones; gritaba, gritaba como una posesa. Al oír tal escándalo, mi hermano salió del baño y rápidamente llegó y se encontró con la escena: una señora histérica que se desgañitaba a todo meter, yo que intentaba explicar lo que nadie quería oír y un grupo de viajeros que hacían causa común con la señora.
Resumiendo: llegó mi querido hermano, cogió al camaleón, se lo colocó en el hombro, cogió su jersey y se fue a otro vagón.
La señora en el momento que vio al revisor le contó la historia y… claro está este como autoridad competente mientras picaba billetes fue oteando el horizonte para descubrir al “monstruo” causante de tal escándalo. Busqué a mi hermano y le dije que hablara con el revisor y le hiciera ver que la cosa no era tan grave. En un principio, creo que se asustó, pero supo mantener el tipo, y le rogó a mi hermano que se mantuviese alejado él y su “mascota” de la señora a la que le dieron un vasito de vino para que se le fuera el susto. En aquellos momentos lo pasamos mal pero ahora nos reímos pensando como un animalito tan inofensivo pudo ocasionar un escándalo de tal tamaño. Nuestros amigos alucinaron al conocer a una criatura tan encantadora. Cuando nos vinimos, estos amigos se hicieron cargo del camaleón hasta que al cabo del tiempo murió, pero eso sí en cada carta que recibíamos siempre nos daban el parte del estado de “nuestro camaleón”